Es inevitable. Todo ser humano disfruta del dolor y sufrimiento ajeno. Jugarle una broma pequeña o grande a alguien es ciertamente placentero. No obstante, las cosas cambian cuando somos blancos de ellas. La desesperación de verse burlado, las risas, el sudor incomodo, las risas... las ganas de venganza...se exactamente como es eso.
Este marciano ha sido burlado un sin número de veces. Desde muy niño mi piel ha demostrado poseer un magnetismo particular a las bromas pesadas. Mis victimarios se regocijaban de ver mi reacción y la tonalidad rojiza (tendiendo al morado) en mi cara. Años de experiencia en la materia han logrado que consiga una correa decente para la mayoría de situaciones embarazosas. No puedo negarlo, aún me pico, pero mucho menos que antes.
Le agradezco a todos mis victimarios todo el tormento y el cúmulo de traumas psicológicos que me dejaron de obsequio. No se preocupen, no han creado un psicópata asesino. Lo que si lograron es hacerme un poco más veloz para responder los ataques y un bromista maquiavélico.
Las peores bromas provienen de aquellos que se hacen llamar tus "amigos", son quienes conocen tus puntos débiles y los que se escudan tras ese título para justificar la "bromita". Por otro lado, el lugar o época donde padeces de toda clase de sufrimientos (entre ellos las bromas) es sin duda alguna el colegio. Los amigos que haces pueden llegar a acompañarte buena parte de la vida. Lo que yo no entiendo es como puedo tenerle tanta estima a estos malditos…pero bueno.
Era finales de cuarto de secundaria. Mi pata y yo salimos de clases rumbo a una tienda que luego se convertiría en el escenario de un hobby que aún compartimos. No, no fuimos a comprar hierba. Algo inofensivo, que no mencionaré para no redundar en lo marciano que es quien les escribe. Éramos visitantes habituales del lugar, de esos que preguntan todos los precios y no compran nada. Detestables. Pero sin duda éramos más educados que el encargado de la tienda. Un señor entrado en años muy parecido al Coronel Sanders (KFC), pero menos amigable. Nos detestaba, pero no nos botaba de la tienda esperanzado a que algún día compráramos algo. Claro, con nuestro presupuesto no nos alcanzaba ni para el aire dentro de las cajas.
Al entrar deje mi mochila a un lado del mostrador y comenzamos con el interrogatorio usual sobre los exorbitantes precios de las cosas que allí se vendían (marcianadas, puras marcianadas). Momentos después entraron otros dos muchachos de mi colegio, uno de ellos ahora un gran amigo mío y “culpable” de que yo conociera esa tienda. Tras un rato distraído noté que faltaba mi mochila. “Donde carajo esta mi mochila”, dije en voz alta. Al ver las rizas de mi pata y la ausencia de los recién llegados no podía haber más que una sola conclusión: Ese par de cabrones se la habían llevado.
Salí disparado hacia la calle para ver hacia donde se habían ido, pero no encontré rastro alguno. La sangre comenzó a ser bombeada más rápido y pronto adopte la mencionada coloración rojiza. En medio de la desesperación recordé que uno de ellos (“el culpable”) vivía a la vuelta. Corrí hasta ahí y comencé a gritar como un demente “¡Devuélveme mi mochila mierda!”. Dentro de la casa se escuchaba una risa estridente y desesperante, momentos después acompañada por la de mi pata que llegó desde la tienda con la misma conclusión que yo.
Para cortar con la escena y calmar al loco que gritaba afuera, “el culpable” salió con la bandera blanca en una mano y mi mochila en la otra. Las rizas siguieron aumentando las ganas de vengarme. Me abalance sobre mi mochila e ignorando la disculpa comencé a darle una golpiza a mi buen amigo. Él no esperaba tal reacción. Lo roja que estaba mi cara por la cólera lo asustó y simplemente recibió los golpes. Las rizas aumentaron, pero ya no estaban solo sobre mí. Calmé mi ira y detuve la violencia, la coloración en la piel se esfumó. Ya había recuperado lo que era mío. Han pasado años desde entonces y la amistad ha permitido que las bromas provengan de ambos lados, aunque más veces he sido víctima que victimario.
He tenido la oportunidad de reír último, pero eso será motivo de otro post. Disculpe, es solo para no aburrirlo. Por mientras, vean este video. ¡Es magistral! No volverán a ver una Coca Cola de la misma manera.
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